lunes, 3 de agosto de 2009

La Huérfana

Llovía. La tempestad
rugía, con un sordo ruido,
cual remedando un gemido
de la negra inmensidad:
envuelta en la oscuridad
de una calleja desierta
junto al quicio de un apuerta
y de frío tiritando,
una niña está llorando
por su madrecita muerta.

¿Quién la mató? Fue el dolor;
porque el dolor también mata;
fue la sociedad ingrata
que la trató con rigor;
fue un infame seductor
que, viéndola deshonrada,
sola, triste, abandonada,
arrebatóle la calma,
cubriendo con luto su alma
y haciéndola desgraciada.

Como un querubín del cielo,
como un capullo de botón,
la hijita de su ilusión
bajó a este mísero suelo;
y ella, con dulce anhelo
a su niñita esperaba,
con sus besos la arrullaba,
y colmando su delicias,
hacíala mil caricia
y de contento lloraba.

Mas ¡ay, triste! Llegó un día
Que su contento se deshizo:
¡tan hermoso paraíso
lo trocó su suerte impía!
Cesó por fin su alegría;
el dolor, con mano ruda,
llamó a su puerta: ella, muda,
miró a su niña un momento
y comenzó su tormento…
¡Estaba su hija desnuda!

Las dos juntas caminaban,
y de su pena en exceso,
con la ternura de un beso
cus pesares mitigaban…
Y, silenciosas, lloraban
sin proferir un lamento…
Y a veces con dulce acento,
la madre a la hija decía:
¡Ya no llores, hija mía!
Y le faltaba el aliento…

Y vertiendo amargo lloro,
aquella madre, amorosa,
agregaba cariñosa:
Mi dicha, mi bien, mi tesoro
¿si sabes que yo te adoro,
por qué llorar sin medida?
Es, madrecita querida,
que si tu lloras por mí,
estoy llorando por ti,
porque te veo afligida!

Callaban, y al fin, las dos,
iban la mano extendiendo,
y vacilantes pidiendo,
con débil y triste voz:
¡Una limosna por Dios!
al recorrer la ciudad…
Mas nadie, ¡triste verdad!
les arrojaba un mendrugo;
porque es el más cruel verdugo
del pobre, la humanidad.

Y del dolor bajo el peso
la madre sucumbió luego:
a Dios elevó su ruego,
y en delirante embeleso
dio a la niña el postrer beso…
Y en la calle desierta,
junto al quicio de una puerta
y de frío tiritando
quedó la niña llorando
por su madrecita muerta.

Publicado en El Corazón Adentro, 1926.

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